viernes, 13 de junio de 2014

Bienvenido a la habitación de Roas


La habitación de Roas es una recámara que alberga autores variopintos, de diversas procedencias, tradiciones, registros y reputaciones. Definir esta habitación resulta complicado. La mayoría coincide en recrearla como aposento de hotel —hostal, pensión, resort, hospedaje, “telo”, etcétera—, pero caben también otras posibilidades: cuarto de hospital, manicomio, prostíbulo; celda de cárcel o zoológico; incluso parcela del paraíso y, claro, del indispensable infierno, lugar que, de existir, estaría repleto de políticos.
Estos 102 microrrelatos del lado B, que sumados a los 99 del A, cierran un proyecto coordinado desde el eje Lima-Barcelona. El resultado son 201 textos sobre la habitación del mismo número de escritores en no más palabras de la mencionada cifra.
En esta clase de proyectos es útil y necesario reflexionar sobre lo común, lo diferente y lo extraño. Los textos de este lado —más oscuro y perverso que el anterior— tienen distintas direcciones temáticas y propósitos estéticos, pero se pueden agrupar en grandes bloques de interés.
El primero, por cuestión puramente cuantitativa, es el bloque de textos oníricos-delirantes-metafóricos, con los aportes de Carlos de la Torre Paredes, Eduardo Iáñez, Cosme Saavedra, Fernando Sarmiento, Eva Manzano, Jennifer Thorndike, Antonio Luis Ginés, Alessandro Pucci, Rocío Qespi, Clara Queraltó, Martín Roldán Ruiz, José Ruiz Rosas, Javier Sáez de Ibarra (gracias a Sartre), Ana María Intili, Sebastien Jallade, Andrea Marinelli (gracias a Kafka), José Gabriel Ortega, Sergi G. Oset (sutilmente Z), Claudia Ulloa Donoso y Gilberto D. Vásquez Rodríguez.
Otro bloque son los microrrelatos relacionados con el crimen como acción misma y espacio sórdido para su ejecución: Juan Carlos Méndez, Rodrigo Maruy, Marc Pastor y Viviana Paletta. Este se complementa con textos que exploran en torno a la muerte o la pulsión tanática: Gustavo Rodríguez, Aurora Seldon, Nuria Sierra Cruzado, José Vadillo Vila, Carlos Meneses, Julio del Valle, Carlos Enrique Freyre, Walter Lingán, Antonio Moretti, Raúl Quiroz Andia y Joaquín Rubio Tovar.
Los textos metaficcionales tampoco faltan en este lado B, con la aparición o protagonismo de uno u otro de los compiladores de 201. Se trata de los microrrelatos de Carlos de la Fé, Claudia Salazar, Lenin Solano y Toritaka Tokumei.
El tema del doble —el cual no es exclusivo de la ficción fantástica— está también presente en este volumen, por el ingenio de Fernando Clemot, Víctor Coral, Óscar Esquivias, Federico Fuertes Guzmán, José Luis Gärtner y Manuel Moya. Asimismo, el de la maternidad desde una amplia perspectiva: Juan Manuel Chávez, Carolina Cisneros, Jean-Stephan Clerc y Regina Robles.
El engaño (divino, satánico o humano) es otro bloque de interés que descolla en esta reunión de microficciones. Este se encuentra compuesto por Gianni Alfredo Biffi, Cecilia Valdivia, Karlos Linazasoro, Carlos Herrera y Pedro José Llosa. De modo complementario están los textos de política ficción: Paul Baudry, Jesús Salcedo, Martí Sales y Laura Sánchez Abad.
En tanto espacio de conflicto, se cuenta con las ficciones breves de Carlos Almira, John R. Ancka, César Augusto Anglas, Juan José Cavero, Teresa Ruiz Rosas, Care Santos, Alberto Schroth Prilika, Antonio Serrano Cueto, Christian Solano, Marina Tapia, Félix Terrones, Pedro Ugarte y Ricardo Ugarte. En este ámbito de conflicto, la habitación 201 se ha convertido en sinónimo de lugar maldito. Los que más desarrollan esta arista en la presente entrega son Jomar Cristóbal Barsallo, Mar Horno, Ángel Málaga y José Luis Torres Vitolas.
El destino —como falta de libertad y quizás de felicidad— es un gran tema literario que no se ha omitido en esta publicación. Los autores que hurgan en los pliegues de lo trazado son Isabel Cienfuegos, Ginés S. Cutillas, Rossana Díaz, Carmen Dorado Vedia, Susana Fernández, Lourdes García Pinal, Fermín López Costero y Orlando Mazeyra Guillén.
El absurdo, de igual modo, como variante fantástica y realista, es recreado por Eduardo Cano, Flavia Company, Alfredo Dammert, Celia Correa Góngora, Marcos Fontana, Enrique Fritzman y José Luis Lejárraga de Diego.
Por último, hay una significativa cantidad de microrrelatos que es necesario definir como piezas individuales. Pilar Adón, quien por razones alfabéticas abre oportunamente el libro, establece como entrada un rito de iniciación, para introducirnos al tiempo —y espacio— del mito; Beatriz Alonso Aranzábal propone la privación de la 201 y, con ello, la pérdida del goce pleno del sexo; Raúl Brasca se enfoca en una ironía inclasificable y deliciosa; Cristina Cerrada exalta tanto la rutina como la tensión; Emilia Conclaire dibuja una inquietante estampa del incesto; y Harol Gasatelú fabrica una intriga que redunda soberbiamente en una falsa expectativa.
Asimismo, Matías Néspolo indaga en los códigos del mundo del narcotráfico, Carme Peire plantea una vuelta al origen, Miguel Sanfeliu nos acerca sin misericordia a un drama familiar, César Silva Santisteban ofrece quizás el microrrelato más inclasificable del libro, Yuri Vásquez revela los alcances de un secreto de amantes, y, con Ana Vidal Pérez de la Ossa, quiso el azar que el libro se cerrara con un broche de oro: un microrrelato sobre la frustración erótica ante la ausencia de la “mítica” 201.
Este nuevo lado de 201, que agrupa a 102 autores de diversas nacionalidades, es tan perturbador como el anterior. Quizá lo más interesante es que esta habitación roasiana amenaza con convertirse en metáfora arquitectónica del microrrelato, pues el número en sí refleja fugacidad, estrechez y concisión, pero también complejidad y sugestión. Mucho se ha debatido sobre la cantidad de texto que debe tener una microficción, pero este tomo y el anterior demuestran que el límite de 201 palabras permite holgura narrativa, efectividad ficcional y vastedad tanto imaginativa como temática, al margen del tipo de registro que caracterice a un escritor. Sin duda, este es un espacio idóneo para autores realistas, fantásticos y feéricos. Bienvenido a esta fascinante habitación, lo mejor —o peor— es que usted jamás dejará de ser huésped de estas páginas.
(Prólogo de José Donayre Hoefken)

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